Pacho O’Donnell y el olvido argentino: «Con Juana Azurduy se cometió una gran injusticia»
El escritor y ensayista la recuerda porque el 25 de mayo también es la fecha en que murió esa mujer que tomó las armas contra los realistas y se convirtió en uno de los íconos de la causa independentista.
El 25 de Mayo suele estar monopolizado por la evocación de la revolución que trazó el inicio del proyecto emancipador que varias décadas más tarde derivó la constitución de la Argentina como país pero es también la fecha en que murió Juana Azurduy, la mujer que tomó las armas contra los realistas y se convirtió en uno de los íconos de la causa independentista: «Fue una emergente y una provocadora», destaca el historiador y ensayista Mario «Pacho» O’Donnell, autor de su biografía.
Fue una de las artífices de la organización de la resistencia en el Alto Perú contra la dominación realista y llevó adelante la lucha armada de la población indígena y mestiza abrumada por siglos de expoliación colonial, pero murió sola y sin recursos a los 82 años, paradójicamente un 25 de mayo, el día que se celebra la sublevación fundante que dio origen a la construcción de la identidad nacional.
Juana representa aquello que no era la mujer de entonces. La mayoría se dedicaba a las labores hogareñas pero ella desde chica se descorre de eso.”
La historia de Azurduy (1780-1862) se mantuvo rezagada por razones territoriales -su campo de operaciones, el Alto Perú, quedó afuera de las fronteras nacionales definidas luego de las guerras emancipatorias- y recién en los últimos años su figura fue reivindicada por fin: no solo a través del libro que O’Donnell publicó en 1995 sino también porque en 2009 fue ascendida post mortem al grado de General del Ejército Argentino y en 2015 se emplazó su monumento detrás de la Casa Rosada, suplantando al conjunto dedicado a Cristóbal Colón que había sido inaugurado en 1921.
Télam: ¿Cómo se resignifica hoy la historia de Juana Azurduy, tan emblemática del rol heroico que otras mujeres desempeñaron durante las luchas por la independencia?
Pacho O’Donnell: Es una figura apasionante que encarna una triple reivindicación: por una parte del rol de las mujeres en la guerra de la Independencia, a quienes la historia oficial, machista y elitista, limitó a donar alhajas, coser banderas o tocar el piano cuando en realidad hubo una participación muy activa, no solo con una vocación independentista como fue el caso de Juana sino también porque muchas veces la violencia de la guerra las envolvía en las situaciones, como fue el ejemplo de las heroínas cochabambinas que mientras los hombres habían sido obligados a integrar las tropas patrióticas decidieron enfrentar ellas solas al ejército español y terminaron embarcadas en una tragedia heroica.
En segundo lugar, la figura de Juana remite también a la reivindicación de los caudillos altoperuanos, que la historia argentina ha dejado absurdamente afuera quizá por el hecho de que el Alto Perú luego se independiza de Argentina y se convierte en Bolivia en 1825. El propio Güemes podría ser considerado un caudillo altoperuano por el estilo y la forma de guerrear. Pero como su espacio de lucha quedó dentro del territorio argentino parecería que para los historiadores de la época se lo podía reivindicar, no así a los otros, que se los «regalamos» a la historia boliviana cuando en realidad su lucha fue por la independencia de las provincias unidas cuando el Alto Perú era parte de nuestro territorio.
Y la tercera reivindicación que simboliza Juana es la de los pueblos originarios porque tiene sangre originaria. Su madre era indígena y ella tenía muchas características, tanto físicas como psicológicas, de los pueblos originarios.
T: Se la puede considerar también un ejemplo de cómo la pérdida -en su caso la muerte de su marido y sus cuatro hijos- no da lugar a un rol de duelo pasivo ¿En qué medida convirtió en un disparador para encara la resistencia contra los realistas en el Alto Perú?
POD: No solo perdió a su marido y sus cuatro hijos sino también a Juan Hualparrimachi, un hombre de descendencia indígena que además fue poeta y con quien tuvo una relación muy próxima. Hay pérdidas muy serias y graves en la vida de Juana y ella las restaña. Después encima tiene que enfrentar la muerte de Güemes, o sea una serie de catástrofes muy fuerte.
Pero además de las pérdidas, Juana tuvo una vejez muy olvidada, pobre y desgraciada, a la vez muy injusta. Tal es así que muere y la entierran en una fosa común, nada más ni nada menos que un 25 de mayo. Es curioso porque en sus últimos días es cuidada por un indiecito llamado Sandi, que cuando le va a avisar al alcalde que ha muerto Juana, éste le dice que no puede ocuparse de eso porque está muy atareado con los festejos del 25 de Mayo, lo cual parece una burla del destino.
T: La figura de Juana Azurduy fue objeto de una disputa de sentido que confrontó a los últimos gobiernos y que se cifró en torno al montaje y traslado de su monumento ¿Qué aspectos emblemáticos de su accionar la convirtieron en un dispositivo para reflexionar sobre la construcción de la identidad nacional?
POD: Fue muy interesante esa disputa que llevó a reemplazar a Colón por Juana. Tuvo un contenido ideológico e histórico muy grande. Es indudable que Colón representó la avanzada de la invasión europea a América. Uno podría encontrar aspectos positivos del proceso pero su emplazamiento como ícono es cuestionable. La guerra de la independencia fue terriblemente cruel y Juana es un ejemplo clarísimo de la crueldad de esa lucha. Por fin, terminó bastante bien ubicada mirando a la plaza, a diferencia de Colón que está más cerca del río y parece que está diciendo que se quiere ir. La disputa de sentido tiene que ver también con que los argentinos y argentinas somos muy propensos al olvido y con Juana se cometió una gran injusticia.
T: ¿Cómo se entroncan sus luchas con la perspectiva de género cada vez más instalada en la agenda social? POD: Juana representa aquello que no era la mujer de entonces. La mayoría se dedicaba a las labores hogareñas pero ella desde chica se descorre de eso. Acompaña mucho a su padre comerciante y asimila el hábito de andar a caballo y tener una relación muy próxima con los pueblos originarios. Todos eso la ayudó a desprenderse de lo que se suponía que era el rol de la mujer en su tiempo.
Sin embargo, hay que aclarar que no era una «machorra» que toma el papel del hombre: era terriblemente femenina en todos sus movimientos. Su rol se puede leer desde la actual reivindicación del feminismo porque no deja de cuidar a sus hijos y vive con mucho dolor el drama de la muerte de ellos. Pero concilia ese rol materno con la lucha por la independencia, donde se destaca como una emergente de muchas otras mujeres a las que inicia en la lucha. Juana es una emergente y una provocadora.